La libertad de pensar sin obedecer.
Después de muchos días sin poner lo que el alma dicta por acá, les comparto.
Hay un momento, a veces silencioso, casi imperceptible, en el que algo cambia. No afuera, sino adentro.
Es cuando dejas de correr detrás de cada pensamiento como si fuera una orden.
Cuando ya no reaccionas con la urgencia de quien cree que todo lo que piensa es verdad.
Cuando aparece un espacio, pequeño pero inmenso, entre lo que piensas y lo que haces con eso.
Ese espacio es conciencia. Y desde ahí, empieza todo.
Porque no nos damos cuenta, pero durante años vivimos como si nuestros pensamientos fueran leyes inquebrantables.
Como si el miedo, la duda, la culpa, la comparación o el “deber ser” fueran voces de autoridad.
Y sin cuestionarlos, sin escucharnos más allá de ellos, dejamos que narren nuestra historia.
Una historia que muchas veces no fue escrita con amor, sino con defensa, con trauma, con supervivencia.
Pero hay un día, quizá hoy, quizá ahora, en que te sientas contigo misma y decides mirar desde otro lugar.
Ya no desde el ruido, sino desde la raíz.
Y entonces ves que tu mente es solo una parte de ti, no el todo.
Que tus pensamientos son visitantes, no dueños.
Y que puedes acogerlos sin obedecerlos, escucharlos sin encadenarte a ellos.
Eso es libertad.
La más profunda.
La que no se nota por fuera, pero lo transforma todo por dentro.
Desde ahí puedes empezar a elegir:
Qué narrativas sostener y cuáles soltar.
Qué historias merecen seguir contigo y cuáles solo fueron una etapa.
Qué voces te cuidan y cuáles solo te repiten un viejo dolor que ya no necesitas habitar.
Este acto, aparentemente invisible, es uno de los más revolucionarios del alma.
Porque en el momento en que dejas de identificarte con cada pensamiento, empiezas a recuperar el poder sobre tu vida.
Un poder suave, amoroso, que no controla… pero elige.
Y así, paso a paso, sin prisa pero con intención, se reescribe la historia.
La tuya.
La que ahora sí te representa.
La que nace no del ruido, sino de la verdad que por fin te animaste a escuchar.
Tu mente habla… pero tu alma elige.
Karen Ortiz